Jacinto y Apolo
En la mitología griega el joven Jacinto era el más joven de los hijos del rey Amiclas de Esparta. Tal era la belleza del joven que enamoró Apolo, dios de las artes, del arco y la flecha.
Apolo sintió tal inclinación que llegó a pensar en elevarle al Olimpo con el fin de estar con su amado Jacinto para toda la eternidad.
Jacinto y Apolo se convirtieron en inseparables y juntos salían a cazar por las abruptas alturas del Taigeto.
Una tarde, los enamorados Jacinto y Apolo se untaron los cuerpos de aceite y se entregaron al ejercicio del lanzamiento del disco. Era hora meridiana, cuando el sol enviaba verticalmente sus abrasadores rayos. Apolo fue el primero en levantar el redondel; lo balanceó y arrojó al aire con tanta fuerza que desapareció entre las nubes del cielo. Transcurrió largo tiempo hasta que no avistaron el redondel de vuelta y el destino - según algunos el celoso viento del oeste Céfiro - quiso que Jacinto recibiera el impacto del disco tras rebotar contra el suelo. Apolo acudió a toda prisa y levantó con fuerza el cuerpo ya sin vida de su amado Jacinto, trató de reanimar los miembros inertes pero su alma se escapaba y sus esfuerzos eran en vano.
Apolo regaba a lágrimas el rostro de Jacinto y llamábale a este con los nombres más tiernos. El dios prometió que la muerte de su amado Jacinto no sería en vano, que nunca moriría del todo y no permitió que Hades, el dios de los muertos, reclamara al joven;
De la sangre derramada en el suelo hizo brotar una flor, el jacinto.
Sobre los pétalos de esta flor cayeron las lágrimas de Apolo y sobre sus pétalos se escribieron las letras “ai, ai” la forma griega de expresar un lamento.
Las Metamorfosis de Ovidio (libro X)